jueves, 5 de mayo de 2016

Las siete presencias de Cristo

Todo cristiano debería conocer cómo encontrar a Cristo en nuestras vidas y hacerlo presente  de manera real. El encuentro con Cristo es indispensable en la vida de fe, pues qué es la vida cristiana sino el encuentro con Él. Sabemos que Dios lo ocupa todo y está presente en cualquier sitio, pero a Cristo, como Hijo encarnado, podemos encontrarlo en siete lugares precisos que nos ha dejado con sus propias palabras.

Toda presencia implica una relación entre nosotros y Él. Y en esa relación habrá algo que nosotros podremos dar, y habrá también algo que podremos recibir. La consideración de esta doble vertiente de cada presencia de Cristo nos hará percibir el valor de cada una de ellas y cómo las tenemos que incorporar a nuestra vida de cristiano.

La primera presencia es la única presencia real y sacramental de las siete y la más excelsa, y es la Eucaristía. Jesús lo dice en la Última Cena: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo,... tomad y bebed, esta es mi sangre" (Mt 26, 26-28). Jesús no deja lugar a dudas: dice ES. Y añade: "Haced esto en memoria mía". Y como sacramento, la Eucaristía es un signo de la actuación de la gracia de Dios entre nosotros mediante algo que podemos tocar y hacer nuestro. Además la Iglesia se hace y se reúne alrededor de la Eucaristía, en la celebración del sacrificio de la Misa y en la adoración perpetua por toda la tierra.

Por la inhabitación donde está una persona de la Santísima Trinidad, están las otras. Y en la Eucaristía están realmente presentes las tres por dicha cualidad. "Quien me ha visto a mi ha visto al Padre". La Eucaristía por tanto es una apoteosis trinitaria para la Iglesia.
Qué me da Jesús en la Eucaristía: el Santísimo Sacramento es un alimento para darnos fuerza y consuelo. Ese es el sentido de que Cristo haya querido quedarse entre nosotros en forma de alimento, ser nuestro refrigerio en la vida, incorporarse a nosotros. Pero también Cristo con su sola presencia nos transmite esa fuerza y ese consuelo.

Qué quiere de mí: Él necesita comulgarte, igual que tú le comulgas a Él. Él necesita estar contigo. Dos personas que se aman se comunican sus necesidades mutuas. No tengo que acercarme a comulgar cuando yo lo necesite, sino también tengo que pensar en que Él me necesita a mí, obviamente no porque Él carezca de nada sino porque sabe que si yo le doy mi amor, será mi felicidad completa.
La segunda presencia está en la jerarquía de la Iglesia: "Quién a vosotros os escucha a mí me escucha" (Lc 10, 16). "Lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo... " (Mt 18, 18). La jerarquía eclesiástica es el medio por el que la Revelación de Dios a través de Cristo se transmite a toda la Historia de la humanidad. Y es el garante de que la Revelación no se distorsiona, ni se inventa, ni se oculta. La jerarquía además hace posible que Dios actúe en su pueblo mediante los sacramentos (signos) que nos atienden en distintos momentos de nuestra vida. No son dueños de los sacramentos, sino meros administradores de ellos.

Jesús está presente así mediante sus sacramentos y su enseñanza, siendo la jerarquía el vehículo por el que esa presencia de Cristo se transmite a nosotros.
Qué me da Jesús: Dado que a través de la jerarquía podemos acceder de forma segura a la Revelación, obtenemos la certeza de la luz y el perdón. Nos da luz para nuestros problemas: el Magisterio de la Iglesia, a través de distintos medios y formas. Y también el perdón cuando comprobamos que nuestra conducta se ha desviado de lo que debíamos hacer.

Qué quiere de mí: obediencia y humildad. Obediencia para aceptar la luz, no distorsionarla ni olvidarla, y humildad para pedir perdón cuando hemos caído.
La tercera presencia está en la propia conciencia, dentro de cada uno de nosotros. Es la más delicada, pues la conciencia es manipulable, elástica y ha de ser formada, y en esta tarea tenemos que poner nuestro esfuerzo como cristianos. Esta voz tiene que estar en sintonía con la del magisterio eclesiástico. La voz de mi conciencia no puede estar por encima de la voz de la Iglesia, ni erigirse en juez de aquélla. Y Cristo me habla a través de mi conciencia incluso cuando estoy en pecado.
Qué me da Jesús: su asistencia en cada problema de cada día. No podemos esperar que cada situación que se nos presente esté recogida en el Catecismo detalladamente, o la consultemos con nuestro director espiritual. No es posible en el día a día. Una conciencia bien formada nos ofrece la presencia de Cristo hablando en el fondo de nuestra alma siempre que lo oigamos con sinceridad de corazón.

Qué quiere de mí: docilidad. La voz de la conciencia nos guía en las cosas más pequeñas de nuestra vida iluminada por la luz del Magisterio de la Iglesia y tenemos que ser dóciles a ella. Jesús quiere que escuche a mi conciencia con tranquilidad, sin sobresaltos y evitando los escrúpulos innecesarios que terminan por robarnos la tranquilidad y apartarnos de la Paz de Cristo.
La cuarta presencia es la comunidad, Jesús en medio de los discípulos. "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy presente en medio de ellos" (Mt 18, 20). Reunidos por amor a Él. Jesús nos exige para esta presencia al menos dos personas, y así podemos reunirnos en la misa dominical, o en un grupo de oración, pero también en la familia. Podemos convertir nuestras casas en sagrarios para cobijar esta presencia de Cristo en medio de nosotros.

Qué me da Jesús: su consuelo y su ayuda porque podemos ver en el otro la mirada de Jesús. En el camino de Emaús el Señor se hace presente en medio de aquellos dos hombres. El Señor hace arder el corazón de dos o más que se pongan en su presencia y se encomienden a Él. Cuando compartimos nuestra experiencia cristiana cumplimos la necesidad que todos tenemos de pertenencia, afecto y crecimiento en la fe. La Eucaristía es la presencia augusta está ahí para cuando estamos solos, porque no necesitamos de otros para recibir la comunión o adorarle en el sagrario. Y también necesitamos a Cristo en el otro para compartir mutuamente la fe. Esta presencia viene a cubrir la necesidad de quien no puede acceder a la Eucaristía.

Qué quiere de mí: amor y disponibilidad. Compartir a Jesús en la comunidad no nos obliga a hacer de nuestras celebraciones o experiencias una especie de circo en el que todo se hable o se permita cualquier extravagancia, dado que si no participo, no estaría yo integrado en la comunidad. Jesús no exige otra cosa que la reunión en su nombre. Y a veces el precio de la unidad es la humildad cuando veo el ejemplo de fe de otros y cómo yo puedo mejorar mi respuesta personal a Cristo.

La quinta presencia de Cristo es la Palabra de Dios, la Escritura, la Santa Biblia. Especialmente en el Nuevo Testamento, donde tenemos la noticia de la encarnación del Hijo de Dios y su presencia entre nosotros. Esta presencia es también fundamental y deriva en algún modo de la segunda, pues es la Iglesia la que juzga qué textos han sido queridos e inspirados por Dios para guiarnos a todos.
Qué me da: luz, consuelo y guía. Actúa junto con el Magisterio y la conciencia. El Magisterio y la Revelación divina se basa en las enseñanzas del Señor que conocemos por el Nuevo Testamento. La conciencia zanja los pequeños problemas morales de cada día y se nutre del Magisterio y de la Palabra de Dios.

Qué quiere de mí: que lea las Escrituras, que conozca los hechos de Jesús y cómo los primeros apóstoles interpretaron sus palabras no escritas. Por la lectura de las Sagradas Escrituras iluminadas e interpretadas por el magisterio es como accedemos de modo más directo a las mismas palabras de Cristo.
La sexta presencia de Cristo es el necesitado. La encontramos en la parábola del Juicio del Rey: "Entonces el Señor dirá cuando lo hicísteis con uno de estos, conmigo lo hicísteis" (Mt 25, 32-46)
Qué me da: estar con el Señor, la salvación eterna. La parábola coloca la decisión sobre cada uno de nosotros por la atención al necesitado en nuestro juicio.
Qué tengo que dar: amor, tiempo, limosna, compañía. Todo en agradecimiento por el amor a Jesús, pues mi amor al prójimo deriva del amor a Dios.
La séptima presencia de Cristo es el corazón del que guarda su palabra. "El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23). Jesús pone dos condiciones, o más bien una primera condición que es causa de una segunda condición: primero debemos amarle, y como consecuencia de ese amor, cumplir su palabra. Entonces Jesús morará en nosotros.
Qué me da: Cuando amamos a Jesús y cumplimos de verdad su palabra, tenemos la posibilidad de tener una conciencia tranquila y limpia y gozar de la Paz de Cristo. "Fácilmente estará contento y sosegado el que tiene una conciencia limpia" (Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, libro segundo, capítulo VI).
Qué quiere de mí: El Señor me quiere a mí, y quiere habitar en mi corazón. Quiere que, por tanto, sea agradecido con Él, porque me llena con su gracia y me da la paz, aunque no la sienta. Y esta paz de hoy ya tiene vestigios de eternidad.
La elaboración de este artículo está inspirada, en las seis primeras presencias, en una conferencia del P. Santiago Martín disponible en video en este enlace.


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