viernes, 22 de marzo de 2013

¿Vemos o miramos?

La Semana Santa, tal y como la conocemos hoy en muchas poblaciones, ha terminado por ser una exaltación de los sentidos. 

Todo se circunscribe a lo que vas a ver, a oir, a gustar, a oler, incluso a tocar. 

El sentimiento brota de la combinación de todas estas sensaciones, de manera que una intensificación de esos efluvios, originará un sentimiento de distinta magnitud.

Pero esto no es malo si se entendiera bien todo lo que percibimos.

En la Iglesia, en la carta a los Romanos (10, 17) tenemos una máxima que nos ha acompañado siempre: "Fides ex auditu", la fe nace de la predicación. 

Creemos según lo que hemos recibido, lo que hemos percibido, lo que hemos oído o visto. 

Todos los actos de fe de los grandes personajes que jalonan nuestra historia de salvación han sido provocados mediante los sentidos y mediante ellos, hasta en los sueños (como en el caso de San José), Dios ha obrado verdaderos milagros.

"Nosotros le vimos hacer milagros ... ", atestiguaban de Jesús los primeros discípulos.

Pero 'ver' y 'mirar' no es lo mismo; ni 'oir' y 'escuchar'; ni 'comer' y 'alimentarse'.

Vemos muchas cruces, pero no miramos a la Cruz.
A la Cruz de Cristo, es decir, 
a la nuestra propia de cada día

Vemos muchos Cristos, pero no miramos al Crucificado.
¿Y si dedicáramos toda nuestra vida
a mirar al Crucificado? No bastaría aún....

Vemos muchas imágenes, pero no miramos a la Real Presencia de Cristo (ya no imagen, mucho más que imagen) en el Sagrario.
¿Imágenes más valoradas que la Eucaristía?
Imposible....

Vemos mucha gente, pero no los miramos como un prójimo, un próximo.
Mi prójimo, mi próximo, es el que está a mi lado,
el que me pisa el pie, el que me molesta...
Y a éste es a quien tengo que amar.

Vemos muchos hermanos, pero no miramos al Padre.
Si somos hermanos, 
es porque tenemos un Padre común.
Que no se olvide.

Vemos muchas iglesias y templos, pero no miramos a la Iglesia de Cristo.
Exponer imágenes religiosas al público
a espaldas de la Iglesia de Cristo.
¿qué? ¿cómo?

Vemos mucha belleza, pero no miramos a la Belleza de Dios.
Y Dios es el culmen de la Belleza en la Simplicidad.

Vemos mucha apariencia, pero no miramos al SER.
Todo esto es efímero, 
pero el SER no pasa nunca.

Oimos muchas palabras dichas, pero no escuchamos a la Palabra.
Oimos con los oidos;
escuchamos con el corazón.

Comemos mucho, pero no nos alimentamos de Dios.
¿La Misa? ¿La Eucaristía?
Si te reúnes con tu familia para comer,
¿por qué no reunirte con la Iglesia
para celebrar la Resurrección de Cristo?

¿Nos habremos enterado de algo? 

¿Qué pasará si no miramos, escuchamos, nos alimentamos? ¿No estaremos abocados a la muerte en la fe?

¡¡Qué contrasentido!!: si el final de la Semana Santa es la Vida plena.

¿Y si no nos hemos enterado de nada?

La Semana Santa, la semana que cambió al mundo: ¿y a nosotros?



martes, 19 de marzo de 2013

La entrega de la voluntad


Todos pensamos que nuestro mejor desarrollo pasa por afirmar nuestro yo, convertir toda nuestra actividad en algo que gire alrededor nuestro de manera que mi voluntad sea la que domine y ejerza el control sobre todo lo que me rodea.

En eso es lo que pensamos cuando convertimos nuestro matrimonio en un mero modo de vida en compañía, de manera que yo no pierda mi independencia, mi libertad.

En eso también pensamos cuando tenemos hijos para que sean nuestros satélites, para que nos permitan vivir nuestra vida y no nos molesten mucho.

Cuando pensamos siquiera en la posibilidad del aborto, estamos primando mi voluntad soberana sobre la voluntad del niño. El "Yo decido" es el motor de todo.

La única consecuencia posible de todo esto es que terminemos por pensar que podemos vivir sin Dios, que nuestra voluntad no debe encontrar ninguna cortapisa en un Dios lejano que no tiene nada que ver con nosotros. Si yo no hago mi voluntad, no voy a ser feliz.

Sin embargo, nuestra vida no es así, aunque a muchos les parezca esto. La vida del ser humano se desarrolla mediante la entrega de la voluntad, cuando no somos el centro de todo lo que pasa a nuestro alrededor. Esto es algo misterioso, pero forma parte del plan de Dios para con nosotros.

El marido entrega su voluntad a su mujer, y la mujer entrega su voluntad a su marido. De esta manera el matrimonio se convierte en una comunidad de vida, no en dos centros que pugnan por prevalecer. En el sentido de esta entrega mutua se entiende perfectamente que Jesús diga que el matrimonio es indisoluble.

El soldado entrega su voluntad a su superior y deja de hacer la suya en el campo de batalla, aun poniendo su vida en riesgo grave. Existe una causa superior y más grave que defender que la propia vida.

El médico entrega su voluntad a la salud de su paciente y hace verdaderos esfuerzos para que recupere su salud. Y es en esta entrega en donde la vocación médica alcanza su cénit.

El empleado entrega su voluntad a su jefe y se empeña porque el negocio se convierta en algo próspero según las indicaciones de su dueño.

El empresario entrega su voluntad a su cliente y se empeña por satisfacerlo para que su empresa pueda tener futuro.

El modelo más perfecto lo tenemos, como siempre, en Cristo: Él, que era Dios, entregó su voluntad al Padre y llevó a cabo el plan diseñado por Él, aunque eso le condujera a algo que le producía un inmenso terror (Mt 26, 42).

Muchas veces entregamos nuestra voluntad a causas que arruinan nuestras vidas: el delincuente que entra a formar parte de una banda, el adicto que se acoge al placer engañoso del deleite fugaz.

Si entregamos la voluntad en el camino adecuado, creceremos.
Si lo hacemos para el mal, nos hundiremos.
Y si queremos conservar nuestra voluntad, la perderemos.

Existen muchas liberalidades en la vida: el cliente que elige el producto que quiere comprar, nuestra libre decisión de tomarnos unas vacaciones del modo que más nos guste, pero ninguna de ellas nos hace crecer o prosperar. Forman parte de nuestras vidas. Crecer en la vida implica entregarse, en definitiva, negarse a sí mismo (Jn 12, 25).

Quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (Mt 16, 25ss).

La Virgen María entregó su voluntad a Dios con el "hágase" al ángel; San José también recibió el signo del ángel que le advirtió en sueños´y esto hizo que entregara su voluntad al plan de Dios.

Este es el modelo del cristiano que es enviado por Jesús al mundo: hacer su voluntad, entregarse a Él y a su obra. En la negación del propio yo es donde resplandece ante el mundo la presencia de Dios.

lunes, 18 de marzo de 2013

Pedro vs Judas


Traicionar a Jesús no entra en nuestros planes como cristianos. Si lo hubiéramos conocido en vida, lo último que se nos ocurriría es traicionarle. Sin embargo, sus discípulos lo traicionaron. Y hubo dos traiciones especialmente reseñables: la de Pedro y la de Judas.

Pedro pudo haber ayudado al Maestro cuando Él más lo necesitaba; y sin embargo, lo negó. Es decir, dijo "no le conozco". ¿Hay algo peor que eso?. Pues sí: hacerlo por tres veces

Judas ya sabemos lo que hizo. Sus acciones equivalían a matar a Jesús.

Pedro y Judas le fallaron a Jesús. Pero la respuesta de ambos fue distinta:

Pedro lloró amargamente cuando escuchó el gallo cantar. Había sido acosado a preguntas y su flaqueza le hizo contestar como lo hizo. Sus lágrimas fueron de arrepentimiento y dolor. Su flaqueza y su dolor fueron casi simultáneas. El corazón enamorado reacciona así cuando falla: su arrepentimiento es súbito.

Judas, cuando recibe el aviso de Jesús de obrar lo antes posible en la Última Cena, tiene tiempo de obrar con premeditación. Busca a la guardia del Templo para ira detener a Jesús, obra a conciencia, con frialdad. La respuesta final de Judas consistirá en colgarse, en su autodestrucción.

La traición de Judas lleva a la autodestrucción del hombre, mientras que la traición de Pedro lleva al arrepentimiento y a la vida. 

No sabemos cuál ha de ser el fin último de Judas. Eso queda entre Dios y él. Sí sabemos que Pedro, aun fallándole a Cristo, hizo del resto de su vida un camino hacia la salvación, cargando con la pesada cruz de haber obrado como lo hizo.

Pedro cargó con su cruz, Judas colgó de un árbol. 

Aun sin conocer el destino final de Judas, podemos afirmar sin duda alguna que la senda dibujada por Pedro en su vida y en la Historia es incomparablemente más luminosa que la dejada por Judas. 

El camino de nuestros fallos no nos debe conducir nunca a la autoaniquilación, como con Judas. Pero si nos dejamos llevar, podemos reunir las condiciones que hicieron de Judas un premeditado traidor.

Judas y Pedro obraron con libertad; Judas, incluso podía pensar que era lo mejor para el judaismo aquella traición por lo que pudo haber un fondo de buena de intención (a nuestros ojos), Pedro simplemente era débil.

El camino que nos devuelve a Dios es el de Pedro, el del arrepentimiento y el dolor. Es decir, el de amar a Cristo según Él mismo quiere que le amemos, no según nuestros esquemas y patrones; cargando con nuestra cruz de cada día, como hizo Pedro el resto de su vida.