viernes, 8 de marzo de 2013

De perros y gatos

Federico: Oye Luis, ¿sabes qué estaba pensando hoy?

Luis: Dime, Federico.

F: Le daba vueltas a la cabeza sobre el tema de los derechos y obligaciones, y se me ocurrió pensar en los derechos que Dios nos otorga. Y resulta que, pensando un poco, caí en la cuenta de que Dios no nos ha otorgado nunca ningún derecho. ¿Tú habías caído también en la cuenta?

L: Me coges de sopetón con esa idea, pero si pensamos un poco ahora mismo no recuerdo ningún pasaje en toda la Biblia ni en la Tradición de la Iglesia en la que se hable de derechos otorgados por Dios ...

F: Entiendo, Luis, que estamos hablando no en un contexto jurídico meramente humano, sino en el ámbito del pacto, de la alianza de Dios con el hombre perpetuada de diversos modos a través de los siglos.

L: Sí, sí, claro. Sin embargo, Federico, sí se me vienen a la cabeza pasajes en los que Dios nos impone obligaciones. Qué curioso. Ningún derecho, pero sí obligaciones: los mandamientos del Sinaí, el mandato del amor, las bienaventuranzas entendidas como invitaciones a tener un comportamiento determinado, y muchas más frases de Jesús...

F: Me deja esto un poco perplejo. En nuestro mundo todo lo hemos convertido en derechos (y cuando hablamos de obligaciones, la fundamental es la de pagar impuestos para mantener a los burócratas de siempre), mientras que Dios nos habla con obligaciones. En esto hay algo que no me cuadra.

L:  Yo estoy igual de perplejo que tú. Qué cosas. Ahora recuerdo una enseñanza de Benedicto XVI que decía que los mandamientos no son un NO sino un a nuestra felicidad, a nuestra alegría. Es decir, que según nuestro amado Papa anterior, las obligaciones de Dios no son malas, sino buenas porque nos apartan del camino incorrecto.


F: Yo creo que un fallo fundamental es ese. Hemos construido los derechos como el paraíso de la perpetua y continua felicidad, mientras hemos hecho de las obligaciones las pesadas cadenas que los gobiernos quieren echar sobre los hombros de todos los ciudadanos. En definitiva, "derechos buenos, obligaciones necesarias".

Pero parece que para Dios eso no es así. Sería más bien (qué atrevido soy intentando interpretar la mente de Dios, que Él me perdone): "derechos innecesarios por evidentes, obligaciones buenas".

L: Creo que hay algo incorrecto en lo que dices. Existe el derecho a la vida como algo sagrado y otorgado por Dios, para poner un ejemplo muy claro.

F: Cierto es, Luis. Pero hasta el mismísimo derecho a la vida no es ilimitado, tiene sus fronteras: ante una agresión ilegítima, tengo derecho a defenderme  y si en esa defensa no tengo más remedio que causar un daño a mi atacante que pueda causarle la muerte, eso no es pecado (siempre que sea como último recurso, claro está).

Es decir, en un principio fundamental como es el que Dios nos ha dado una vida a cada uno, existen casos en los que ese principio puede quebrarse ante un suceso extraordinario. Además, nadie puede invocar el derecho a la vida ante el mismo Dios que te la arrebate.

L: ¿Qué me quieres decir con eso? Creo entender de lo que dices que Dios no otorga derechos, y que los derechos que los seres humanos nos damos para regular nuestra existencia, no son ilimitados. Además, que las obligaciones que Dios nos impone son para nuestro bien y nuestra felicidad, y no una pesada carga que nos aplasta.

F: Sin tenerlo muy claro, creo que por ahí van los tiros.

L: Por lo tanto, parece que nuestra sociedad nos conduce a un camino desbocado. Los derechos erigidos en norma de conducta absoluta, y las obligaciones mediante pesadas cadenas sobre los hombros de todos. Justo lo contrario de lo que Dios nos propone.

F: Pues algo así, es. Como hoy existe tácitamente el derecho absoluto a hacer lo que yo quiera, se da el caso de que un perro exija su derecho de ser un gato y reconozcamos formalmente el derecho de todo perro a ser un gato.

L: La verdad es que suena a chiste.

F: Suena a chiste pero no lo es. Esto es un plan perfectamente concertado. Fíjate:

- La naturaleza de las cosas es la que es. Dios no tiene que decir que un perro es un perro; es que un perro ES un perro, y no un gato.

- La filosofía desde sus inicios, ha dedicado toda una rama de su saber y su investigación a estudiar el SER de las cosas: la metafísica u ontología. Por lo tanto si queremos destruir la barrera que hace que un perro SEA un perro, tendremos que cargarnos la filosofía y todos sus razonamientos. Pero, ¿esto es posible? Parece una tarea ardua...

- Sólo necesitamos buscar algunas mentes preclaras de nuestro tiempo que con su argumento de autoridad, nos lleven por este camino. Por ejemplo, Stephen Hawking, elevado a la cumbre del saber, ha declarado el fin de la filosofía y el comienzo de la era de la ciencia (y mira, Luis, que yo soy de formación científica y amo la ciencia y el conocimiento científico, pero esto no es). Bueno, ya tenemos los cimientos colocados, pues de un plumazo nos hemos cargado toda la argumentación intelectual que pueda hacernos caer en la cuenta de que un perro no es un gato. Ahora viene el segundo paso.

- Ahora tenemos que hacer creer a un perro que es mejor ser un gato, y a un gato que es mejor ser un perro. De esa manera, habremos destruido la frontera que el SER, la naturaleza de las cosas, impone a estos dos animales. ¿Cómo lo hacemos?:

- Cogemos a los perros, que son los que ladran y hacen más ruido, y les hacemos creer que sería mejor que fueran gatos: la vida del gato es mucho más reposada, te dan platitos de crema de leche y te acarician tu suave pelaje, vives relajadamente junto a la chimenea de la casa. Tu vida de perro es bastante triste: te ponen un hueso para comer, vives en la caseta que hay en el jardín aunque haga frío o calor y si ladras (porque tu genética hace que ladres) te tiran una piedra para que te calles. ¿No sería más bonito ser un gato?

- La semilla está sembrada, pero esto aún no es suficiente. Es necesario que los perros hablen mal de los perros, es decir, que un perro le diga a otro: "los perros no somos nada"; "menuda vida perra que llevamos"; "los gatos sí que viven bien, nosotros somos los tontos"; "donde se ponga un gato, no se pone un perro"; "amigo perro, en este mundo quienes mandan de verdad son los gatos, que te miran a través de la ventana del hogar, mientras tú estás en tu húmeda y fría caseta haciendo el tonto".

- Y falta un último punto fundamental: que los gatos quieran ser perros. El perro se encarga de la vigilancia de la casa, y cuando echa a un ladrón, recibe palmadas de aprobación de sus dueños, por lo que el gato termina por estar celoso del perro. Así que el gato, también querrá defender la casa, pero no por eso querrá dejar su plato de crema y su puesto al lado de la chimenea, por lo que estar en dos sitios a la vez se vuelve algo como que imposible.

- Ahora sí: el reconocimiento del derecho del perro a ser gato tiene el camino allanado. Los perros desearán ser gatos (y los gatos también perros, porque da igual el sentido que tome este camino, porque la mentira vende). Y hemos tergiversado la naturaleza de las cosas para crear un derecho de la nada a conveniencia de unos pocos perros y gatos.

L: ¿Y a nadie se le ha ocurrido pensar que un perro y un gato son distintos porque han sido creados distintos, con distintos formas de comportarse, de alimentarse, de relacionarse; que ninguno es mejor que el otro y que cada uno tiene derecho a vivir según el plan trazado para él; y que cada uno debe cumplir con ese plan como con una obligación y no pretender ser el otro?

F: Claro, porque la vida se presupone íntegramente para todos. No hay que hacer daño a nadie (neminem laedere, decían los romanos) pero eso no tiene nada que ver con que todos los animales tengan que hacer lo mismo.

L: Federico, mientras hablabas me estaba acordando del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal del paraiso, y cómo el comer de su fruta, hizo que Dios expulsara a Adán y Eva. ¿No será esto una versión nueva de aquéllo?. Además, igual que entonces, los pobres Adán y Eva sucumbieron ante la tentación de una serpiente, igual que muchísimos perros y gatos sucumben ante la tentación de unos pocos perros y gatos que quieren imponer su visión.

F: El pecado original se llama original, porque está en la raiz de todos los males, Luis. Y este es el mundo de progreso y felicidad que nos quieren vender, en el que nada es lo que parece, ni el bien, ni el mal, ni los perros ni los gatos.

L: Y eso que esto es sólo una historia de animales. Por cierto, ¿qué día es hoy?

F: Ocho de marzo.

L: No tiene nada que ver con esto, pero es que me acabo de acordar que esta mañana han detenido a un amigo mío por haber sido acusado falsamente por su esposa de malos tratos. Esas son las leyes que tenemos, en las que un hombre, de momento, va a la cárcel y luego preguntamos. Pero esto no tiene nada que ver con lo de los perros y los gatos.

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Moraleja 1: Amicus Plato, sed magis amica veritas.

Moraleja 2: El mainstream europeo dice que la Coca-Cola es mucho mejor que la Pepsi, pero a los americanos les gusta por igual una que otra. ¿Somos tan osados de pensar que la visión que Dios tenga de nosotros tiene que ser igual a la nuestra? ¡Pero si nosotros mismos no nos ponemos de acuerdo con la coca-cola y con la pepsi!


Moraleja 3: Las más grandes civilizaciones de la Historia han caído como consecuencia de su descomposición moral interna, y no por otra causa. Jesús permanece, la Iglesia permanece, pero no pensemos que nuestro sistema va a funcionar así indefinidamente. El gran pecado de las grandes civilizaciones de la Historia fue el mismo que el pecado original: creerse como dioses.