viernes, 7 de octubre de 2011

Pensamientos (XLIII): El hombre insignificante

Cuando Cristo se oculta, y retira el fulgor y el calor de su luz... el hombre comienza a lamentarse de su desdicha. 
¿Dónde se han ido el ardiente amor, la interioridad, la gratitud, la gozosa alabanza?
¿Cómo ha perdido el consuelo interior, la íntima dicha, el sensible sabor?
¿Cómo han podido morir en él los violentos arrebatos del amor y todos los demás dones que antes sentía?
Y se siente como un pobre ignorante que ha perdido todo el fruto de sus esfuerzos y trabajos. Y a menudo, su vida natural se ve turbada por tal pérdida.
A veces estos hombres desdichados se ven también privados de sus bienes terrenales, de amigos y parientes; y son abandonados por todas las criaturas: su santidad no es conocida ni valorada, los hombres hablan mal de sus actos  y de su vida, y son despreciados y rechazados por quienes les rodean.
Y a veces caen enfermos de diversas dolencias y son presa de tentaciones corporales; o, lo que es peor, de tentaciones del espíritu.
De este abatimiento surge el miedo a la caída y la desconfianza. Éste es el momento supremo en que un hombre debe mantenerse firme sin caer en la desesperación.


Beato Juan Ruysbroeck


Una recomendación personal para el generoso amigo que lee estas líneas: de mi lectura de esta reflexión he experimentado que las palabras de este texto contienen todas una gran carga semántica: no sobra ni falta nada. 
Cada descripción que hace el autor tiene una gran profundidad y parece haber sido meditada con extraordinaria exhaustividad.
Quizás debamos nosotros prestar dicha profundidad a nuestra lectura del texto para que nos aproveche al máximo.


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